Estrés post terremoto: Toda crisis es una oportunidad
Fecha: 17 de septiembre 2015
Luego de los acontecimientos vividos ayer, en que gran parte del país sintió el terremoto que en su epicentro tuvo magnitud de 8.4 grados en el centro norte del país, la Unidad de Trauma, Estrés y Desastres del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina UC, en su rol de extensión a la comunidad, quisiera entregar un mensaje de reflexión en este momento de conmemoración.
Dr. Rodrigo Figueroa, psiquiatra experto en Trauma, Estrés y Desastres, Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina UC
Los traumas son frecuentes en la vida de los seres humanos. En nuestro país, una de cada tres personas ha experimentado un trauma alguna vez en su vida y casi todos viviremos un evento de estas características alguna vez, entre los que destacan los accidentes de tránsito, enterarse repentinamente de la muerte de un ser querido, un asalto, una agresión o amenaza física, ser testigo de la muerte o accidente de otra persona, incendios, abusos sexuales o desastres naturales, entre otros.
Algunos de estos eventos tienen un amplio impacto mediático, como fue el terremoto del 27 de febrero de 2010, el accidente de Juan Fernández, el incendio de la cárcel San Miguel, el accidente de los 33 mineros en la Mina San José, la tragedia de Antuco, el incendio de Valparaíso, el aluvión en Atacama, por nombrar algunos, y ahora el terremoto de Canela e Illapel. Todos, tanto aquellos que se viven en la intimidad como aquellos que ocupan un espacio en el dominio público, tienen el potencial de producir grandes cambios en la identidad de los afectados.
Los traumas suelen producir importantes reacciones a nivel individual y social. A nivel individual, la mayoría de las personas pueden presentar los primeros días después del evento miedo, ansiedad, reexperimentación del trauma a través de imágenes, pesadillas, sensaciones y/o emociones que invaden la mente, hiperalerta, rabia, irritabilidad, rechazo a recordar lo sucedido, desánimo, tristeza, angustia, culpa, vergüenza y/o desconfianza en la naturaleza, los demás o el futuro. A nivel colectivo, se producen cambios en la cohesión y clima social.
La mayoría de estas reacciones se pasa al cabo de algunos meses y paulatinamente se retoma la vida y las rutinas, dejando atrás la tragedia y reconstruyendo lo destruido. La evolución de las personas luego de un trauma es la prueba más tangible de que tendemos a la resiliencia. Más aún, un grupo significativo de personas desarrolla crecimiento postraumático, una condición en la que las personas describen ser mejores seres humanos después del trauma, ser más capaces de discriminar lo esencial de lo accesorio, valorar más las relaciones interpersonales, la familia y el sentido profundo de la vida.
Lamentablemente en un grupo minoritario, pero significativo de víctimas de trauma, aproximadamente uno de cada siete, el proceso natural de recuperación queda congelado. No logran dejar atrás la experiencia y siguen siendo cazadas por el recuerdo, que las persigue a través de sensaciones, imágenes, pensamientos o pesadillas. No logran vencer el malestar al recordar lo sucedido, especialmente al ver noticias, fotos, lugares, personas o cosas relacionadas con el evento, y muchos comienzan a replegarse en sus hogares, único lugar donde encuentran algo de control sobre el entorno que se torna amenazante e impredecible.
En algunos se instala un ánimo inestable, que oscila entre la tristeza, la rabia, la culpa y/o la vergüenza, percibiendo el mundo completamente peligroso y sintiéndose incapaces de confiar en otras personas o en sí mismos. Para muchos el dolor del alma se manifiesta en el cuerpo. Para otros recordar es tan doloroso que prefieren olvidar. En varios de ellos irrumpen impulsos autodestructivos, manifestados en la compulsión por exponerse a riesgos, al consumo de sustancias, a la revictimización o a la autoagresión intencional.
En términos colectivos, los traumas de alto impacto pueden determinar la extinción de algunos sistemas sociales o su revalorización. Los liderazgos cambian, se cuestionan; algunos se fortalecen y otros se desvirtúan. El clima social se modifica, la cohesión oscila, las narrativas cambian y la cultura se renueva. He allí el potencial del trauma. Bien aprovechado, es una oportunidad de crecimiento y renovación. Mal manejado, una amenaza a la existencia misma del sistema social afectado.
Para aquellas personas en las que dejar atrás y continuar con la vida se vuelve difícil, existen tratamientos rápidos, efectivos y comprobados, tanto psicoterapéuticos como farmacológicos. Para las comunidades que no pueden olvidar también existen “tratamientos”: Aceptar la verdad con hidalguía, pedir perdón con humildad, hacerse cargo de las responsabilidades propias y mirar al futuro con generosidad.
Los eventos traumáticos no sólo dejan cicatrices en la piel, sino también en el alma de los individuos y los grupos. Una comunidad que busca desarrollarse debe hacerse cargo del tratamiento de sus traumas, los que muchas veces están a la base de problemas sociales de amplio interés público, como la inequidad, la delincuencia, la drogadicción, la violencia o el suicidio. Es hora que nos hagamos cargo de nuestras heridas del alma. No todas las heridas son visibles.