Cómo viven los niños una situación de desastre
Fecha: 3 de abril 2014
Pérdida del control de esfínteres, miedo a dormir solos, irritabilidad, agresividad y retraimiento son sólo algunos de los síntomas que pueden presentar los niños al enfrentarse a catástrofes naturales. Los padres y familiares deben estar atentos, demostrar paciencia y comprensión frente a estos cambios y transmitirles cariño y seguridad.
Un desastre es atemorizante para todos y para un niño vivir esta experiencia puede ser perjudicial. Ellos confían en la protección que los adultos les entregan, porque aún no han desarrollado estrategias para enfrentar situaciones difíciles.
El psiquiatra Rodrigo Figueroa, Jefe del Diplomado en salud mental en emergencias, desastres y catástrofes de la Facultad de Medicina UC, señaló que la reacción de los niños a los desastres estará fuertemente determinada por la conducta y actitud de sus padres. “Además del miedo que produce el terremoto y dada la dependencia emocional de los niños hacia sus cuidadores, si se ven descontrolados los niños podrían amplificar su percepción de peligro e incrementar con ello su ansiedad”.
Lo más probable es que si un menor se ve expuesto a una emergencia buscará la cercanía permanente de sus padres y reaccione con mucho miedo frente a la separación. “Es posible que no pueda dormir bien, que se pase a la cama de sus papás, que realice juegos continuos y repetitivos o que haga dibujos sobre la experiencia vivida. En algunos casos los niños se orinan en la cama o se chupan el dedo, adoptan conductas irritables y agresivas, se vuelven retraídos y presentan dolores de estómago o en lugares difíciles de localizar”, indicó Figueroa enfatizando que son respuestas normales para situaciones extremas.
Por otro lado, la fantasía en los niños está más desarrollada que en los adultos sirviendo de refugio frente a la adversidad. “A través de la ensoñación y el juego los niños son capaces de manejar la ansiedad en forma adaptativa y pueden demostrar altos niveles de resiliencia frente a desastres naturales”, enfatizó el especialista.
Los expertos recomiendan que lo mejor en estos casos es acoger al niño con paciencia y comprensión, aceptando que dicha conducta es normal, transitoria y que debería ir pasando en el curso de dos a cuatro semanas. Además, es fundamental que se converse con sinceridad acerca de lo ocurrido y con un lenguaje sencillo para que pueda entender. “Como adultos debemos evitar regañarlos si se orinan o están irritables y hay que aceptar la situación por un tiempo. Los padres deben ayudarlo a sentirse a salvo siendo afectivos, pasando tiempo extra con él y se deben mantener las estructuras y rutinas, esto ayuda al menor a ver que las cosas continúan”, explicó el psiquiatra.